A Mis Maestros (primera etapa)
Uno de los tantos pendientes que tengo en la vida, es escribir acerca de los recuerdos que tengo de un bonche de maestros que siento fueron los que me han formado o que me han dejado un poco de sus almas en la mía. En mi infancia, el maestro aún era considerado una figura de autoridad; una figura maternal/paternal también. Pero eran los últimos días de esa concepción y eran los días de la llegada de un efímero cambio de modelo que no triunfo pero para fortuna de mi generación y de otras cercanas no nos tocó una formación tan jodida como la que tristemente hay actualmente en el país. Educación extremadamente pobre, débil, funesta, principalmente en el nivel básico y medio.
Tuve, he tenido y tengo la fortuna de contar frecuentemente con muy buenos Maestros y por supuesto también la mayor fortuna de tener algunos malísimos, mediocres y salvajes “maestros”; de estos últimos agradezco haberme señalado en vivo y en directo –a todo color- lo que no se debe hacer en el sagrado escenario. Pues dar clase es un acto teatral en donde no hay cabida a la impunidad escénica. Y miren que he visto actos educativos herejes que sólo dios sabe que existen (parafraseando a Juan Carlos Bodoque).
Si bien no puedo comenzar en este momento a escribir ese libro, ni mucho menos acabarlo mientras espero a que Flor y Karla salgan del concierto de Ricky Martin, lo que si puedo hacer es compartirles mi lista cronológica de los maestros que ahora recuerdo. No todos ellos merecerían un capítulo, pero la mayoría de los que siempre me saltan a la memoria, merecen mucho más que eso, y la raquítica jubilación que tienen o esperan tener. No tengo en este momento a la mano nada más que ofrecerles, que estos recuerdos, que a manera de tributo, comparto hoy ante ustedes.
Estimulación temprana, en su punto y tardía (Benemérita casa de ayuda a menesterosos Santa Ma Teresa). Claro, tengo que empezar por mi casa, cuya puerta -cuando salías- se comunicaba directamente con la Universidad de la Vida Campus Montecillo, en aquella época un lugar de vagos, pandilleros, mariguanos y , contrastantemente, gente realmente humana hasta los huesos. De esa gente que hoy es tan escaza. Mis primeros maestros fueron, por supuesto mi Padre, que en aquellos días contaba ya con 40 años de experiencias duras que compartir y mi madre (la disciplina andando) de 21 añitos. Ellos merecen varios libros aparte, pero no quise dejar de mencionarlos y agradecer que me enseñaran mis primeras palabras: kiu kane (Quiero Carne). Debo mencionar que mi madre practicaba la metodología conductista a base de vasos de leche tibia, atole de arroz, comida en general; en algunas ocasiones, una vara seca de canelo, un gancho de ropa o el mojado tendedero de ixtle. Mientras que mi padre, un sabio devorador de libros, siempre prefirió la educación basada en el ejemplo y basada en casos: siempre fue un ejemplo de esos padres comprensivos que ahora solo existen en películas, duro pero coherente; y de aprendizaje basado en casos: “tráeme el cinturón, en caso de que me vayas a rezongar”.
Kinder Garden (Colegio México): Aún hoy en día, adoro a la Madre Toña. Ella sigue trabajando en el “Cole” y espero pronto ir a verla. La madre Toña supo lidiar con el niño inquieto que fui. Creo que el día en que me tuvo que sujetar las manos, -dentro de una bolsa de estambre “del gato” y aseguradas con este producto-, detecto mi aburrición y me dedico tiempo para que yo hiciera otras cosas que a los demás niños no les encargaba. Me dedicó tiempo para que aprendiera a leer -Libro Mágico de por medio- y decidió que de primero pasaría a tercero. La madre Toña a veces me dejaba agarrar el piano, los tambores, el finísimo triángulo (el que suena) y un sinfín de cosas que había en el salón. Gocé pues, del privilegio de tener nana, niñera, maestra, en una sola persona. Y cuenta la leyenda, aunque no ahondare en detalles, que en varias ocasiones tuvo que lavar el pantalón de Carlitos que sufría de una incierta incontinencia producto de unos baños nada pulcros y del mito del ahorcado que se aparecía ahí. Un día, ya en tercero de primaria, me regañaba porque había bajado el promedio de algunas áreas (Limpieza y orden en los trabajos, trabajo y convivencia en equipo) me dijo: Carlos, con estas calificaciones en lugar de ir para adelante vas para atrás, como los cangrejos.
-No madre, repliqué. Los cangrejos caminan de lado, no para atrás, usted me lo enseñó.
Primaria (Colegio México): Voy a mencionar primero a la madre Amalia, la super alegre maestra de baile (ajá, aunque usted no lo crea yo bailaba, bailaba y me gustaba bailar bailes folclóricos). Esta monjita volaba y cantaba por todo el salón “… comadre Juana vamos a bailar, con ese viejo cara de comal…”. Tiempo después estuve también con el profe Demetrio e incluso participé en un festival “Primavera Potosina” a ellos les debo el ritmo y el gusto, o vicio, por el escenario. Agradezco al profe Nacho porque me enseño música con su siempre genial y rimbombante elocuencia, recuerdo mucho su discurso siempre tan claro, tan fino, tan lleno de vida. Me encantaba cantar en coro esa de “Adelante josefinos, adelante josefinas, adelante, siempre adelante, pues lo quiere san José” con un ritmo casi militar, muy onda alemán. También viene a mi mente la maestra Rebeca, la de 5° Grado, que un día me hizo lamer un jabón Palmolive por haber dicho no sé qué cosa a no se quién con ella aprendí la de “noche de paz” en inglés. Luego viene mi maestra Raquel. Raquel me dio clase en 3° y en 6°, y sus clases siempre fueron un espectáculo. Se hacía de lo que fuera necesario para hacernos entender las cosas. Eso sí, era muy exigente y sabía meternos en la disciplina. Usaba un lenguaje directo cuando de evaluar se trataba “¿esto lo hiciste con las patas? Porque si es así, te quedó muy bien”. Me decía que yo era un apapachado pues apenas llegaba mi apá o mi amá yo corría a abrazarlos (aun estando en sexto, jajaja). Un buen día del tercer grado, estaba por empezar un festival en el colegio, y la maestra había salido por un momento, escuchamos de la calle una ambulancia y yo quise treparme a los ventanales para enterarme de chisme, arrime una mesa, encima una silla y cuando apenas estaba por asomarme que gritan “ahí viene la maestra”; salté y en mi viaje me llevé el cochinito de Sergio (Sergio no era un cochino, me refiero a un cochino de barrro, una alcancía) y tómala que me castiga encerrándome solito en el salón mientras todos se fueron al festival. Ya después les contaré como mi papá aprovecho la situación para darme una gran lección.
Secundaria (Escuela Secundaria Técnica No. 1): Saludo pues desde este lugar, a mis profesores de la secundaria, a la maestra Lugo de historia, al profe Joel de física, al que hice tanto repelar y que me correspondió con afecto. Yo le decía suegro y para nada le agradaba. Tengo muchos recuerdos del profesor de Electricidad, Santiago, don cola de rata. Muy noble y muy generoso. Algún vez fui con él a trabajar en una construcción que levantaba allá por el Real de San Luis. Tengo aún ecos en mi cabeza del profe palmera (ese que daba muchos cocos), recuerdo con admiración al profesor Luis de Góngora y Argote, mejor conocido como el profe Pozos. Una eminencia de la Literatura. Un lector insaciable, y un orquestador del buen camino a la lectura, sobre todo de la literatura mexicana.
Como olvidar al profe el Pirulí y sus enseñanzas en la pintura. Su tierna paciencia y su inconmensurable alegría por pintar (tipo Bob Ross) cuando terminaba la clase era difícil desprenderse de esas imágenes, nadie quería borrar el pizarrón. A él le debo la perspectiva, la pérdida del miedo a equivocarse y la contemplación del cielo como lienzo original. Con el profe Pech me lancé a la aventura del club de cunicultura. Es un profe chaparrito tan chaparrito que a su carro le decíamos el auto increíble. Había también otro profe, más que chaparro enano de la mente, que me daba deportes y se burlaba de mí y de Marcos por venir de un colegio de monjas. Nos aventaba bien fuerte el balón de vóley y nos gritaba: cáchalo inútil, ves cómo te enseñaron puras madres en el colegio.
La secundaria es una etapa en donde uno comienza a evaluar, con un poquito de objetividad a los maestros. Uno los comienza a clasificar y a buscarle el modo a cada uno. Es una etapa en que se forman las habilidades interpersonales que marcaran las relaciones profesionales. Bueno eso es lo que creo yo. Lo que sí es muy claro que es la etapa en donde se forma la identidad profesional. Es por eso que en este punto aprovecho para felicitar a uno de mis grandes maestros: Mario Beltrán, que si bien no me dio formalmente clases en ninguna escuela, me dio cabida de chalan en su taller de electrónica, en donde aprendí un montón de cosas, desarrollé habilidades que utilizo en la clase y en el laboratorio hoy en día.
Como decía la nana Goya: Esta historia continuará