No deben llorar
-Fíjate que no lloren cuando los sacas del agua -Me dijo Reyes asomando la cabeza por la ventana de la cocina-. La abuela Amalia estaba en la casa de Valentín Amador dónde antes había vivido Beto, su esposa y sus niños. La casa, como todas las de la cuadra había pertenecido a una casa más grande y entonces era sólo una fracción. Todos los cuartos se encontraban conectados uno tras otro por la derecha de lote. Y desde la puerta hasta el fondo la separaba, de la casa de Doña Enedina, un patio alargado -azulejos cuadrados rojos y amarillos- y una barda repleta de agujeros de alcayatas. Al fondo, en una construcción separada, estaba el comedor (en el que nadie comía) y la cocina (que al final se clausuró).
Pegada al final de la construcción, estuvo la ventana que daba a un segundo patiecito de cemento pulido con el lavadero de ropa en el que también se lavaban trastes. No recuerdo por qué circunstancias me encontraba lavando trastes fuera de mi casa. Si bien Además de la Abuela y su papá Victorino, vivían un montón de mis tíos, no era yo muy asiduo a visitarles, ni porque vivía en la misma cuadra en el 500.
La vajilla era dispar, pero abundaba esa loza salmón de un raro brillo nacarado. Vasos de Mole Doña María, de distintas veladoras y unos pocos Tuppers completaban el cardumen en el mar de jabón. Los trastes y cazuelas donde se había cocinado descansaban bajo el lavadero en espera de un voluntario más. Yo tallaba sin mucho esfuerzo con uno de esos estropajos de ixtle que remojaba de vez en vez en una cazuela de plástico rebosante de agua jabonosa.
-Si un traste está bien lavado, cuando lo enjuagas, no debe llorar -Insistió mi tía-.
-¿Mande? -repliqué-.
- Fíjate: cuando lo sacas del agua, en el traste bien lavado el agua debe correr parejita y no hacer caminos como si fueran lágrimas. No debe llorar
Muchos años después, Nelly me invitó a comer a su casa 'Pollo A la Cocacola' que con mucho cariño preparó a nosotros sus compañeros de la universidad. Ese día terminó mi breve etapa de no comer pollo ocasionada por aquella vez en que había comido pollo sollamado y sangrante en una fogata allá en un cerro de Cárdenas. A la puerta de Reina María Estuardo siempre nos recibía ladrando y alterada, Thalía, su perrita French. Pero inmediatamente cambiaba de actitud cuando alguien de la casa salía a abrir. Al final de la comida ahí estaba yo aplastado reposando en el sillón de la sala y Thalía se me fue a recostar. Qué nervios me daba ese agitado y tibio peluche en el regazo. Decidí salir por la tangente: "Te ayudo a lavar los trastes, Nelly"
Así me dispuse a lavar y enjuagar. En su casa acostumbraban algo que yo no había visto ni practicado: del escurridor, apenas pasado poco tiempo, tomaban uno a uno los trastes para secarlos con una toalla especial. De esta manera en poco tiempo la loza podía volver a guardarse en su lugar. Me pareció una idea muy eficiente que por muchos años, aunque no de manera constante, la he podido practicar.
Lavar trastes nunca fue un castigo allá en la casa familiar. Era algo que se tenía que hacer y ya. Todos asumíamos el deber. Por otro lado, lavarlos, a veces representaba para mi ganarme una rebanada de pastel de chocolate, un permiso para salir a jugar en la calle, que sé yo. En ocasiones Juanita -una vecina- nos ayudaba a lavarlos a veces por dinero a veces por pura voluntad. Después que terminaba jugaba con nosotros a la lotería o a la baraja, y aunque apostábamos dinero, casi nunca le lográbamos ganar.
Una vez sí lavé los trastes por castigo, no en mi casa, si no en la de los tíos de Nydia. Era un primero de enero, lo recuerdo muy bien, porque fee el castigo por irnos sin permiso a recibir el año a una sucia playa en Tampico. Había 'Norte', el frío calaba, el mar estaba picado, y como era de noche solo se veían las plataformas con su fuego eterno, la espuma con olor a diesel y allá a lo lejos los destellos de un hotel en el mar. -Ya ves que el mar es feo -le dije a mi comadre. Ese fue el día que conocí el mar.
Un día de febrero, de hace algunos años, paseábamos por Liverpool. En línea blanca nos hablaron de las maravillas de un lavavajillas. Nos mostraron un modelo 'mexicano' (Teka) y me dijeron usted fírmele aquí. El plomero quería cobrarnos una fortuna por la instalación, así que tuve que hacerla con mis manitas -Suertuda tú que tienes plomero en casa -vacilo a la Geno-. La mera verdad el lavavajillas es una maravilla: Lava, desinfecta, esterilica, enjuaga, y seca. En nuestra zona hay temporadas en que es escaso el jabón o el abrillantador. De la sal mejor ni hablemos, no la hemos visto por ningún lado. Pero fuera de ello es un electrodoméstico que les invitaría a usar.
Aun teniendo lavavajillas, lavamos en la tarja cuando son pocos, cuando son los grandes, El vaso de la licuadora o algo que se tenga que tallar. Cuando los enjuago reviso que no lloren, toda va bien con todo lo que es de loza. Con los trastes de plástico es diferente, la mayoría de los Tuppers no dan mucha lata, pero aquellos trastes transparentes 'desechables' en los que se compran alimentos en el supermercado, que ne realidad no desechamos -¿ustedes también, no?- son unos trastes que no comprendo pues aunque estén muy limpios el agua no escurre pareja. Es por ello que sus llantos he aprendido a ignorar.
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