jueves, agosto 23, 2012

Teletexto 1.0


[El presente texto está escrito totalmente en un teléfono Xperia]

Muero por una máquina de escribir Remington, pero me la pasaría bien ya con una olivetti de esas que se usan -o usaban- en la secundaria. Extrañamente extraño el extraño olor de esa ahora extraña cintita bicolor, el discreto girar de sus carretes, el tacto exigente del teclado, el hermoso sonido de los martillitos imprimiendo cada letra, y por supuesto la inolvidable y siempre inoportuna campanilla.

Pero hay algo además de los placeres sensoriales que da la escritura en tamaños trebejos que no se bien como describir ¿Cómo decirlo? ¿Cómo expresar esa cierta y adecuada presión que da el intentar no cometer errores? porque no era fácil no dejar constancia de cada mínima corrección así fuera un involuntario dedazo, una errata ortográfica y lo que a mi me mataba: la acentuación.

En casa la primer máquina que conocí era una negrita -tan negrita como su dueña, la Evita- que al frente traía grabado y resaltado en dorado una escena de rascacielos que mi mente de niño asociaba a Chicago. Sus teclas eran preciosas, redondas, planas y cada dorado caracter (arial) yacía al fondo de  la tecla por debajo de una mica gruesa al parecer de celuloide.

"La máquina de escribir" es un título ostentoso al perder el contexto. Comparado con algo como "La máquina de leer", "La máquina de comer", "La máquina del karate". Tal vez sería más adecuado referirse a ella como la mecanográfica. Aunque a mi me gustaría que se llamara la "moira ex machina".

Con una máquina de escribir al frente me vuelvo (vuelvo es un decir) un escritor surrealista practicando la escritura automática. Y si bien esos adefesios nunca dejarán de tener cierta hermosura: la hermosura de una arboleda de cadáveres exquisitos, me causan gracia y me satisfacen, muy por el contrario a cuándo tenias que pasar, copiar, resumir un texto, uno de esos cuestionarios o trabajos de la escuela (trabajos a los que como todo adolescente normal nunca fui muy afecto).

Extraño la máquina de escribir por que da y exige. Me inspira pero me pide. Golpe a golpe el renglón se consume, suena la campana y te pones a contar los siguientes caracteres y decides dónde cortar la palabra dejando para "el guión en medio" el último golpe y jalar la palanca del "Retorno de carro". Sí hay marcha atrás en la máquina de escribir pero pocas veces conviene: te permite corregir algunos errores pero quedan evidencias. Recuerdo haber usado esas tarjetitas blancas para borrar korex que vienen -venían- en una cajita plástica color naranja. Mucho antes de que se pusiera de moda el odioso liquit paper: el más grande fraude publicitario de todos los tiempos. Díganmelo a mi que trate infructuosamente de crear una pequeña hoja de esa blanquecina, tóxica y mal amiga sustancia. Malditos sean los borrones de la goma bicolor. Malditas las plastas de corrector. Malditas las señas del korex.  ¡Tres hurras al limpia-tipos que además puede usarse de chicle, plastilina y boligoma!

En contraste, por así decirlo, soy de esas personas que desprecian el mal llamado "auto estándar" y prefieren el automático. Me encantan las computadoras y vivo pegado a un celular al que pocas veces uso para llamar. Y aún así quiero quiero quiero tener mi máquina de escribir. En ratos me resisto en ratos desespero. ¿Porqué quiero una máquina de escribir? -no lo sé.  Será que soy un romántico o un caprichoso; o tal vez sea el impulso por drenar mi cabeza.

La verdad de las verdades es que la máquina de escribir me recuerda a mi madrecita a quien no he podido ver desde hace meses. No sólo mi raro cerebro la asocia por el hecho de que mi madre nos alentaba -casi siempre- a entregar los trabajos "a máquina" siendo que aún estábamos en la primaria. Cosa que en el caso de este pobre insulso se justificaba dada mi cualidad sublime de volver jeroglífico cualquier simple vocablo.

Recuerdo haber pasado con la ayuda de mi amá poemas acrónimos San José, Jesús y a María; biografías diversas de los insignes y hoy maltrechos personajes de la historia en papel martillado, marginado y maquillado; versos a la madre al padre o al papa.

Pausa: Malditos sean esos héroes que nos dieron sólo tareas y poca libertad !

Pero no sólo por eso asocio a mi madre con tamaño trebejo: mi madre me inspira me da y me exige, que todo salga bien y si se puede mejor; que no tema a comenzar de nuevo aunque este en el último renglón; que hay que tener presente que el tiempo tiene una sola dirección; que los errores aún corregidos dejan huella; que hay que contar los golpes que a uno le quedan; mi madre me inspira me eleva y consuela... ¡ting! campanilla suena.