La Muerte de John Lennon
En 1980 cumplí cinco años, en noviembre, el día dos. No recuerdo ese día, pero es casi seguro que no tuve fiesta de cumpleaños (no tengo recuerdos de alguna). Ese año, año escolar quiero decir, me tocó estar "En el salón del piano" del kinder, con la Madre Toña. O es así como lo recuerdo.
El 9 de diciembre estaba en el patio de atrás del colegio cuando mi padre vino por mi. Salimos con inusual prisa por la puerta de Iturbide, cruzamos constitución y nos montamos en el primer camión de la ruta Retornos. en esos tiempos esa ruta se distinguía por su color naranja. "Vamos con la Nena" dijo mi Papá. La ruta de aquellos días corría por el Eje vial -de dos sentidos- hasta la Avenida de la Paz, doblaba a la izquierda para continuar por ésta, unas cuadras, hasta donde topa con Damian Carmona en la que continuaba, -creo yo- hacia el antiguo aeropuerto. Y no lo recuerdo, seguramente, porque apenas cruzando las vías, por el kinder de la Venadita, nos bajábamos y ese día así también sucedió.
Caminamos unas cuantas cuadras agarrados de la mano. Llegamos a casa de mi Madrina Nena y entramos por la puerta de la derecha, la que da a la cocina. Esa cocina me agradaba, olía siempre a frijoles recién guisados. Mi madrina estaba calentando leche, me saludó y la saludé poniendo mi cachete el suyo, un cachete aguadito y cacarizo, un saludo otras veces cálido me pareció raro en esa ocasión.
Entramos a la sala y el triste cuadro se me develó. Marco, quién fuera dos años más tarde mi padrino de Comunión, se encontraba tirado en el sofá bañado en lágrimas. ¡Apá! ¡Mataron a John Lennon! -Marco se lamentó-. Yo me senté en el sillón individual y mi Papá cerca de él. Mi madrina me invito a comer un plátano con leche tibia -te va a gustar, dijo- acepté, degusté y me engolosiné. Seguramente desde esa edad era un niño raro pues de pronto comencé a disfrutar ese cuadro de una sutil manera. Pensé por momentos que esa tristeza se la merecía por haberme "gastado" a mi padre cuando él fue un infante y mi padre su cuidador/padrino/amigo/casisegundopadre. No, nunca fue de gratis ese "Apá" con que se refería y llamaba a mi Papá. Y a mi siempre me causo repudio que alguien más le dijera Apá a mi Apá. Eso incluía alguna veces a mi propia Mamá.
Si trato de recordar los dos de noviembres en mi infancia reconstruyo el ritual anual: Un viaje al Panteón del Saucito; limpiar la Tumba de Don Toño y Chevita, los padres de Marco; limpiar la tumba de una niña, hija de la madrina Nena, cuyo nombre ya no recuerdo; no separarnos en el río de gente; al final mis padres me compraban algo, "disque" por mi cumpleaños, en la usual romería que rodeaba el panteón. Eso especial casi siempre era comida.
Si trato de recordar los dos de noviembres en mi infancia reconstruyo el ritual anual: Un viaje al Panteón del Saucito; limpiar la Tumba de Don Toño y Chevita, los padres de Marco; limpiar la tumba de una niña, hija de la madrina Nena, cuyo nombre ya no recuerdo; no separarnos en el río de gente; al final mis padres me compraban algo, "disque" por mi cumpleaños, en la usual romería que rodeaba el panteón. Eso especial casi siempre era comida.
Un martes 9 de diciembre estaba yo ahí, en casa de la Madrina Nena, disfrutando la muerte de John Lennon, un asesinato premeditado y alevoso. ¡Tan grandote y tan chillón! quise decir, quise decirle, pero no, yo no eran tan así (hoy 36 años después me entero que Marco tenía entonces 20 años de edad). La pared estaba tapizada con un fotomural de un tímido camino de tierra veredeando un frondoso bosque que al parecer no se decide entrar a la temporada otoñal. Trataba de distraerme fijando mi vista en las ramas de esos árboles, o en la marca de leche que dejaba ese tibio vaso ámbar en el cristal de la mesa de centro, de patas curvas, doradas. Pero aun así, gocé un poco con su sufrimiento.
Ahora ya saben bien de donde viene mi repulsa por los Beatles, el grupo favorito de mi padrino. Marco es agrónomo, profesión que supongo nunca ha ejercido pero que le dejó una cierta afinidad por la rondalla de Saltillo. Y le encanta -o le encantaba, ahorita no lo sé- el fútbol. Perteneció a las reservas del Cachorros pero no llegó más allá (tal vez, como a esos taxistas que lo afirman, se chingó una rodilla y ya no pudo seguir). Mi papá gustaba de ir a ver las finales y los partidos de la Selección Nacional en la casa de Marco, yo lo acompañaba, no por ver el partido, sino para marcar mi lugar, mi posición, aunque lo que sí disfrutaba era ver la TV a colores y las tortas "de lo que hay en el refri" que hacía mi padrino. No recuerdo a que equipo de fútbol le va -o le iba- y del único partido al que fui a verlo, lo que recuerdo son las mal hechas tortas de jamón que vendían en las gradas y que se sazonaban con Salsa San Luis; y los apestosísimos baños del Estadio Olímpico Plan de San Luis. Cómo ya les contaba yo sólo iba como a marcar mi lugar. Y tal vez sea por eso que nunca me ha interesado realmente el fútbol. Lo siento mucho por los seguidores del Pumas que siempre me han querido como compañero, lo intenté de verdad, y varias veces, pero aborrezco el fútbol.
Y es así, señores psicólogos de la red, como presento mi teoría de la aversión Lennon-Fútbol. Tal vez mi Padre quiso que Marco fuera un padrino como él lo fue. Que me llevara al fútbol, a las luchas, a entrenar, al circo, al cine, a nadar. Pero las cosas no pudieron ser así. Yo nací cuando mi padre tenía 40 años, así que mientras yo crecía a él se le estaban yendo las ganas de hacer todo eso, ya me lo había dejado gastado el tal Marco. Y ese tal Marco nunca pudo, o nunca quisimos, tener una relación así. Mi padre fue nuestro único puente y nuestro más grande abismo.